El Canal de Panamá es una obra de ingeniería impresionante, cuya narrativa tradicional silencia la otra cara de su construcción: la segregación racial y el inmenso aporte del grupo étnico afrocaribeño, pero ¿somos capaces de sentir el peso de la historia que hay bajo esos cimientos?

Una historia que relata sobre miles de trabajadores, en su mayoría antillanos, que es un testimonio de resistencia y una contribución esencial al capital humano que hizo posible la gesta interoceánica. Esta población afrocaribeña, destacada por su carácter con valores de resistencia, forjado desde sus lugares de procedencia, no vinieron por aventura, sino porque la vida les había roto la espalda en su isla de origen. Se vieron obligados a migrar por factores socioeconómicos y naturales: como la crisis del azúcar y los fenómenos en la cuenca del Caribe.

A pesar de los abusos físicos y psicológicos por parte de jefes inmediatos y el muro con que se encontraron del sistema de segregación racial que les imponía bajos salarios, estos obreros sobresalieron en tareas y labores donde el personal estadounidense y panameño no satisfacía o carecía de habilidad. Su huella, sin embargo, fue un legado histórico que en muchos casos quedó silenciado.

Pero la historia antillana no es solo de victimización; es, fundamentalmente, de resistencia cultural. Frente a la explotación laboral y el sistema de segregación, los afrocaribeños encontraron refugio y afirmaron su identidad en la vida social y cultural de las ciudades terminales, Panamá y Colón. El historiador Mauricio Mclean subraya que "el baile era parte importante de estas agrupaciones”, señalando la centralidad de la música y la danza en la vida colectiva. Los concursos de baile en Colón ya en 1910 no eran solo entretenimiento; eran un acto político de identidad, un espacio de libertad y autoexpresión donde las cadenas de la segregación no podían entrar.

Hoy, la herencia antillana es uno de los pilares de la identidad panameña, evidente en nuestra gastronomía, música, y en la fisonomía de nuestras ciudades. Es imprescindible que, al celebrar la grandeza del Canal, reconozcamos la deuda histórica con aquellos obreros. Su lucha por un salario justo, por el respeto y por un espacio propio en una tierra hostil, es la verdadera piedra angular sobre la que se construyó la nación. Su legado de fortaleza y dignidad merece ser celebrado como el verdadero triunfo humano del Istmo.

La huella cultural de los afrocaribeños, no solo se siente en el aspecto social, ya que en pleno inicio de vida democrática resulta trascendental la elección del primer presidente de ascendencia negra en Panamá: Carlos A. Mendoza (1908-1910). A pesar de ser hijo del prócer de la independencia Carlos Mendoza) y de una madre negra de origen colonial.

En estas memorias, se menciona la instalación de “un modesto departamento de información, destinado a suministrar, en español o inglés, los datos que se soliciten de este despacho o de la sección de Estadística, dependiente del mismo. Dicho departamento debe ampliarse y dotarse debidamente y el sistema que se emplee para la propaganda debe ser metódico, perseverante y más efectivo que el que hasta los primeros años de vida republicana se han realizado” (Araúz: 1999, p.147).

Es importante resaltar la memoria de los grupos migratorios que participaron en la construcción del canal, no es solo por hacer un acto de justicia histórica, sino también una oportunidad para repensar la identidad panameña desde una perspectiva más humana. Debemos tener en cuenta el legado que dejaron en nuestro país: su cultura, sus tradiciones, y como panameños reconocer que el progreso no puede medirse únicamente en términos de infraestructura o comercio, sino también en la dignidad de quienes lo hacen posible.

La autora es estudiante de la Maestría Relaciones de Panamá con Estados Unidos (CRUPO).